domingo, 27 de agosto de 2017

ELOGIO DE LA LOCURA

      ENSAYO.- De nuevo el humor ayuda a tratar temas que la seriedad y la retórica harían bastante molestos.




E L O G I O DE LA  L O C U R A
Por Erasmus Dementis



La locura es lanzarse al vacío sin red, no saltando desde un trampolín a la piscina de aguas templadas, con el alma desnuda y el corazón en la boca. La locura es tener la delicadeza de cambiar la trayectoria en el aire para no quebrar cráneo ajeno en la caída porque uno ya no se preocupa del propio, melón podrido que esparce sus tóxicas pepitas por el aire.



La locura es decir basta a tanta cordura que nos amordaza, que pone una venda en nuestra cándida mirada, que cierra las esposas sobre nuestras muñecas para obligar a nuestros brazos a seguir un movimiento en paralelo hasta el infinito, sin que se nos permita desviarnos ni un milímetro ni a derecha ni a izquierda.



La locura es ser políticamente incorrecto porque lo contrario, la corrección más exquisita, es el comportamiento que la sociedad espera de todos y cada uno de sus socios. la locura es la gran tragedia del alma sensible que no quiere apartar a nadie de su camino de fraternidad y sin embargo debe aceptar con la sonrisa amable en su máscara riente ser expulsado de todos los caminos porque ninguno es el suyo. Los caminos están hechos para ser andados con paso apacible, con verbo correcto, con lúcida y brillante mirada. nada más lejos de la personalidad del loco que el ritmo en la zancada, la apacible lógica verbal, la mirada equilibrada sobre el filo cortante de la norma.



La locura es desnudar el alma en una pasarela de moda y caminar contoneándose hasta el precipicio. la fealdad del alma desnuda irrita a la concurrencia que no se asombra al ver hermosos pechos de mujer-norma al aire fresco-acondicionado de la sala de gente-bien ni por slips transparentes con paquetito sorpresa.



La cordura es el cuerpo y la locura el alma.



La locura es mirar lejos, hacia el horizonte invisible tras las gigantescas moles de hormigón, y la cordura es mirar de cerca hacia la cartera repleta que asoma del bolsillo de nuestro interlocutor.



La locura es el sueño, la cordura el tacto suave de papeles con efigie.



La locura es gritar por calles abarrotadas de pacíficos viandantes esa angustia que nos roe por dentro y la cordura es morir escondido tras una larga enfermedad.



La locura es el grito del alma, la cordura el respetuoso ocultamiento de la mortalidad del ser humano.



La locura es el Quijote que ensilla el esquelético rocín de su pensamiento y sale a la gran llanura para alancear rebaños con la afilada lanza de su verbo. la cordura es el buen Sancho que hace una magistral jugada en bolsa.



La locura es el sueño y la cordura la ínsula Barataria de los millones en bolsa.



La locura es sentarse en búdica postura contemplativa sobre la acera concurrida, buscando la mirada de la gente presurosa y la cordura es volar hacia la meta como un atleta apresurado que ha tenido una mala salida en los tacos y quiere recuperar el tiempo perdido, con su móvil en la mano, en amigable charla con el vacío.



La locura es la contemplación y la cordura es la posesión de un teléfono móvil contemplado con arrobo.



La cordura es apretar el acelerador de nuestro bólido último modelo hasta el fondo de nuestra angustia para llegar a tiempo a la cita con la muerte y la locura es esperar a que el tiempo pase sobre nosotros como una agradable brisa marina en un día de tórrido calor.



La cordura es llegar siempre puntual a la cita que nos ha concedido la prisa y la locura es calarse hasta los huesos bajo la lluvia mansa y persistente del tiempo que nos ha regalado un cielo borrascoso.



La locura es amar con la desnudez del alma y la cordura gozar apresurados del bello cuerpo que nos ha caído encima, antes de que éste pueda darse cuenta de su fatal error.



La cordura es el cuerpo que se contonea sobre nuestras cabezas de chorlito y la locura es el corazón que sale del pecho brincando como una cabra loca al encuentro del amor.



La cordura es darle todo al cuerpo, atiborrándole hasta el vómito, y la locura buscar un alma escondida detrás de cada objeto.



La cordura es el cuerpo, tan real como los átomos que se fusionan el un hongo nuclear y la locura es el alma que por no tener no tiene ni existencia.



La cordura es tenerlo todo aunque carezcas de alma y la locura es no tener nada aunque los sueños broten como un geyser de la inexistencia del alma.



La cordura es creer en los sumos sacerdotes de la ciencia y la locura en los desarrapados del espíritu.



La cordura de la ciencia nos lo ha dado todo y la locura del alma nos ha dejado con el vacío de la angustia.



Con esto se concluye este elogio de la locura (¡pobre Erasmus!), en realidad no me hagan mucho caso, todo esto se ha debido a una pataleta de niño ocioso y consentido, les juro por lo más sagrado, por mi cuerpo, ya que no creo en otra cosa (¿se han creído la tonteria esa del alma?), que dejaré de hacerme el loco en "cuantico" pongan un gran supermercado a la vuelta de la esquina, repletito de sueños enlatados, eso sí, con burbujas, sin burbujas, de todos los sabores y olores, con antioxidantes no tóxicos y potenciadores del sabor no cancerígenos, sin un gramo de alcohol, y cumpliendo todas las normas higiénicas, eso sí, eso es imprescindible. ¡Ah!, me olvidaba de lo más importante, y que sean muy baratitos, porfi, una gran oferta cada día, dos sueños de amor por cada lata que usted compre, no es mucho, hasta me podrían recortar la nómina para fabricar un millón de misiles inteligentes tierra-aire, agua-vino, boca a boca, lo que ustedes prefieran, pero porfi, quiero ese supermercado ya; no para mañana -¿qué hago yo hoy?- aunque sea un super-prefra, porfi.



Una ganga, será una auténtica ganga, ustedes se librarán de unos cuantos locos, se lo prometo y yo me libraré de ir por ahí haciéndome el loco, que me han dicho que ya tengo muy mala fama.



Nota del autor: Cuantos hermanos quieran suscribirse a la nueva fraternidad de "la locura consciente" pueden dejar volar su imaginación y su palabra allí donde quiera que se encuentren. No necesitaremos signos masónicos para reconocernos, un abrazo fraternal sellará nuestro diabólico pacto.






viernes, 25 de agosto de 2017

MANUAL DEL PERFECTO HUMORISTA III

MANUAL DEL PERFECTO HUMORISTA III
Autor: César García Cimadevilla

SEGUNDO PASO

El humor no es precisamente como el amor. Si vas por ahí amando a todo el mundo puede que te respondan o no, que te utilicen o no, que te besen en la boca o no. El humor es más bien lo contrario del amor. Siempre esperas recibir el sopapo antes que el beso.

El reírse de los demás es tan consultancial al humor como el beso lo es al amor. Si no besas no amas. Si no te ríes de los demás no haces humor. Incluso cuando te estás riendo de tí mismo lo haces también de los otros que comparten tus defectos. Es inevitable.

¿Acaso eres el único tragón que hay en el universo, el único lujurioso, el único doctor Sun o el único Milarepa? Ni por pienso. Ni lo pienses. Pues entonces acostúmbrate a que cuando te estás burlando de ti mismo, con muchas ganas, aparezca alguien enfadado porque lo estás retratando a él. Y es que, amigos, todos somos clones unos de otros. Solo que algunos salieron más guapos y otros entramos m
ás gordos por la puerta... cuando podemos entrar,jeje. 

¿COMO COMPENSAR LAS RISAS QUE NOS CAUSAN LOS DEMÁS?

Muy sencillo. Compensa con cualidades sus defectos y al tiempo que te burlas de los segundos, hablas, como de pasada, de sus cualidades. Para compensar. Naturalmente. Todo sea por la patria del humor.

El humor no desaparece y ellos se sienten mejor. Se ven como humanos y tú también te sientes mejor, mucho mejor, como si fueras una hermanita de la caridad... Bueno, tampoco hay que exagerar.

Si se sincroniza la risa que vertimos sobre los demás, como una ducha de agua fría, con la risa sobre nuestros propios defectos o desgracias acaecidas en el camino de la vida... el resultado suele ser de una extremada diversión y generosidad... Sí han oído bien y lo subrayo... GENEROSIDAD.

LA GENEROSIDAD EN EL HUMOR

Pongamos un ejemplo. Imaginemos que usted se encuentra subido a una escalera, espiando a la típica parejita que en el dormitorio de su casa, dale que dale, y el uno intenta el salto del tigre y la otra la lamida de la pantera... pero con resultados más bien esperpénticos... Así es el humor y así no es el amor.

Si esta parejita se entera de lo que usted está pensando se sentirá muy mal... Si se entera de que usted ha estado cotorreando como un lorito de acá para allá se sentirán tan ofendidos que en cuanto lo pillen lo crucifican, así sea en un semáforo.

Pero hete aquí que usted, al mover la escalera se cae de culo, como decimos por aquí, o deja que la parte de su anatomía que está justo donde termina la espalda se dé contra el suelo, como dicen en Marte.

Usted tiene tan mala suerte que su trasero, como dicen los conductores de fórmula I y aficionados al motor en general, se encuentra con un cubo que una pulcra limpiadora ha dejado sobre la acera, allí justo donde hace más daño.

Ya tenemos en marcha el humor generoso. Usted se reía de ellos; ellos, con el estrépito que se produce y una vez asomados a la ventana, se están riendo a mandíbula batiente de usted. La risa va por barrios, dicen en mi pueblo.

Y ahora ampliemos el humor. Supongamos que nos espectadores o viandantes, que pasaban por allí, justo en el momento más inoportuno, se ríen de usted y se ríen de ellos, que se han asomado a la terraza en pelota picada.

Y ampliemos aún más el humor, hasta hacerlo universal, hasta que nos incluya a todos los humanos, y aún más, a los marcianos, y a los jupiterinos y a los venusinos, y a los de otra galaxia y a....

Sí, hagamos que pase justo en ese momento el camión de la basura (que por maldita casualidad pasa ahora, aunque no sea su hora ni la de nadie). Y hagamos que sople el viento, que nunca sopla cuando se le necesita, y la basura se desparrama y pone de vuelta y media, por no emplear otra palabra, a los espectadores, desde la punta del pie hasta la coronilla.

Y así podemos seguir sucesivamente. Él se reía de ellos, ellos ahora se ríen de él. Estos se ríen de los tres y aquellos se ríen de los tres y de estos y....

Podemos seguir hasta el infinito. ¿Y cuál es el resultado? Muy sencillito: todos se ríen de todos y ahora ya nadie se acuerda de cómo empezó la cosa y lo ofendida que estaba la parejita y lo ofendido que estaba el mirón y lo molestos que estaban los espectadores rociados de... de "mierda" (porque el humor no puede tener censura, ni verbal, ni mucho menos mental, o se queda en un humor tan cursi que entonces todos se ríen de él y así sucesivamente).

Y lo que empezó como una broma ahora es una marea universal que a todos salpica y a todo el mundo hace reír y evolucionar hacia alcanzar la máxima espiritualidad de Milarepa, habiendo empezado hace dos días... mejor dicho, tres, siendo unos auténticos monos. Más bien unos monazos peludos y muy feos y muy bestias, que se liaban a mamporrazo con todo bicho viviente.

¿Y luego?... Pues qué va a ser, alma cándida, cándorosa labialis, palomita de pitiminí... Pues luego vuelta a empezar y así sucesivamente. Mientras nos reímos no hacemos daño al prójimo.

LA CRUELDAD EN EL HUMOR

En contraposición a la mencionada generosidad en el humor siempre hay algo de crueldad. Más bien debo decir que el humor es cruel por naturaleza. Lo mismo que las desgracias compartidas parece menos las risas compartidas son menos crueles.

En el uso del humor literario usted, autor, puede reírse de aquel "tontolaba" a quien usted odia y del que desea justa venganza, por esto y por aquello y por lo demás allá. Pero si al tiempo que se ríe de él en sus narices se burlara de usted mismo, a través del narrador, pongamos por caso, o de los personajes, o haciendo confidencias (hay mil maneras)... Entonces, entonces puede que la víctima de su humor le perdone y hasta podrían llegar a ser amigos. ¡Cósas veredes, amigo Sancho!

Recuerdo un relato de cienciaficción que leí hace mucho tiempo (ahora no me acuerdo del autor) en el que unos extraterrestres se tronchaban de risa haciendo toda clase de "putadas", de "marranadas" y demás sinónimos, a unos pobrecitos humanos que eran tontos hasta decir basta. Al pobre lector, que era humano, se le caía el alma a los pies. Y pensaba: ¿esto es el humor? Entonces mejor que nos acuchillen a todos.

Sí, cierto, así de cruel es el humor. Pero si son generosos atenuarán sus efectos ponzoñosos y se harán con un montón de amigos, sin tener que pasarles un cheque falso para pagarles sus halagos.


TERCER PASO

Una vez que se han reído de sí mismos y han aprendido a reírse de los demás, pueden escoger cualquier tema y diseccionarlo con el bisturí del humor.

¿Cualquier tema?

Bueno. Aquí entran en juego las peculiares idiosincrasias de cada quisque.

A unos les molesta en extremo que el humor se aplique a la religión, a lo sagrado. Consideran que Dios y todo lo que a él se refiera deberían ser ajenos al humor, a la risa. Otros piensan que el sexo es un tabú, algo exclusivo de la intimidad de cada cual y se sienten aludidos cuando el humorista utiliza el sexo como tierra para plantar sus cactus.

Y así sucesivamente. Podemos tratar todos los temas y siempre nos encontraremos con alguien que se molesta. La auto-censura en el humor, como en la literatura, es el comienzo del fin. Uno empieza por no reírse de este o de esto, porque tiene miedo a las represalias de un cierto grupo o persona y acaba por no reírse de nada, ni siquiera de sí mismo, porque siempre habrá alguien que se nos parezca y se sienta aludido.

¡OJO! PELIGRO-SERIO PELIGRO

Si usted tiene miedo de ser objeto de una tomatada o huevada. Si usted siente pánico de ser colgado de un pino... no se haga humorista. Dedíquese a la política o a la jardinería. El humorista es un ser arriesgado y valeroso donde los haya. No es para cobardicas.

Claro que tampoco es para vengativos, rencorosos, personas repletas de odio y con afán de destruirlo todo, con San Juan el apocalíptico. El humor no debe ser nunca un instrumento de venganza, de odio, para destruir al prójimo. Si no lo ha comprendido, regrese al primer paso.

Claro que tampoco se debe renunciar a tratar ciertos temas por pusilanimidad. Usted mismo elige el momento, la persona y la circunstancia. Si considera que ser un héroe está lejos de sus posiblidades, bien puede dejar ese chiste malévolo para otro momento.

Mi opinión personal es que todo resulta susceptible de ser tratado con humor, hasta lo sagrado. No hay que ser más papistas que el Papa. Si Dios nos dio la risa y el humor,, no vamos a dejar de reírnos de él, porque pueda ofenderse. Además... si cuando nos reímos de él no nos parte un rayo, es que no debe estar tan ofendido por nuestras palabras como les parece a algunos que tienen linea directa con la divinidad. Ahora diríamos más bien que poseen un móvil para hablar con Dios.

Imagínense ustedes que son ingenieros informáticos de primera, como nuestro webmaster, y crean un robot al que dotan de un programa para que se ría de ciertos defectos de su carácter, vamos para que se ría de todo lo que hace usted. El robot cumple su programa y en esto que viene un espectador y le pone al robot una bomba en el trasero o culo y lo destruye, porque se estaba riendo de usted... Pero bueno... ¿quién es este papista para decidir lo que usted ya ha decidido previamente?

Si Dios se ofende de nuestro humor que venga y nos destruya él. ¿Quiénes son los que se atribuyen la representación divina, cuando la divinidad no dice ni pío?... Pues unos dogmáticos peligrosos, de quienes hay que guardarse. Y no porque el humor no deba tocar lo sagrado. Sino porque uno es tonto y ama su culo, aunque no deje de echar mierda todos los días, y ama su cabellera (los que la conserven) y le disgusta profundamente que un dogmático venga y le ponga una bomba bajo su culo o le corte la cabellera y la ponga como estandarte y bandera de la nueva humanidad que nos espera.

Y así damos por finalizado este manual que ustedes pueden ampliar a su capricho. No en vano ya son humoristas si han logrado llegar hasta aquí.

Ahora solo queda que ustedes consigan convencer a los políticos de que se rían un poco de sí mismos, al menos una hora cada día. Y a los terroristas para que se tronchen de risa mientras activan el detonador de la bomba que tienen bajo su lindo culo. Y a...

Bueno, bueno, no se lo voy a decir todo. ¡Qué clase de humoristas serían ustedes entonces!

Les deseo las mejor de las suertes intentando salvar a la humanidad con sus chistes puesto que con el amor parece que no acaba de salvarse. Un abrazo y observen a su espalda, porque les acabo de poner un monigote en la espalda.

¡Inocente, inocente! Que sudas por la frente. Chao.

©Slictik




domingo, 13 de agosto de 2017

SLIM EL VENGATIVO I



NOTA PREVIA/ Este es un personaje esbozado hace años, cuando el autor sufría una experiencia inolvidable, un acoso o mobbing en el trabajo que le hizo pensar que se estaba transformando en una especie de monstruo vengativo que solo pensaba y vivía para la venganza. Temiendo por mi carácter, que nunca fue bueno, pero que estaba empeorando a ojos vistas, recurrí a mi terapia favorita en estos casos, parodiarme hasta hacerme sangre a fuerza de latigazos y conseguir que todos mis pecaminosos deseos de venganza los llevara a cabo un personaje humorístico, que no era yo, pero como si lo fuera o fuese, visto lo mucho que acabo disfrutando de las “gansadas” surrealistas y esperpénticas que llevan a cabo mis personajes.

El hecho de que mi personaje fuera de raza negra, nacido en Harlem y casi fotocopiado de algunos personajes del gran novelista Chester Himes, uno de mis autores favoritos de novela negra, no me arredró en lo más mínimo. Siempre he creído que yo hubiera sido el mismo, de haber nacido con la piel negra, roja, azul, verde o multicolor y que el hecho de no haber nacido en Harlem no suponía ningún hándicap para mí, puesto que nunca me sentí de parte alguna y sí de todas partes, como si en cada país, en cada rincón de cada país hubiera un clon mío, fabricado por el profesor Cabezaprivilegiada, el único científico loco del planeta capaz de hacer cualquier cosa y quedarse tan “pancho” como si no creyera en nada, cuando él es un fervoroso creyente de una iglesia protestante que ahora no recuerdo cuál es.

Una vez esbozado comenzó a dormir el sueño de los justos, como la mayoría de mis personajes, hasta que fue resucitado para participar en el Hotel de los líos o disparates junto con un entretenido compañero sacado de la famosa película Casablanca, Sam, tócala otra vez Sam, como así se llamaba, fue el inseparable compañero de Slim, que ponía música a todas sus andanzas. Y así esta divertida pareja trotó un poco, no demasiado, por el Hotel de los líos, hasta que regresó a su consabida hibernación a la espera de tiempos mejores.

Estos tiempos han vuelto, ahora que me dedico, en horas y días perdidos, a recuperar todos mis personajes y ver qué se puede hacer con ellos, aparte de programarlos para que me den de latigazos cuando me duerma demasiado o me lo merezca por mi cinismo connatural, inerradicable y bastante divertido, todo sea dicho. Me temo que tendré que ir reformando todo lo manuscrito hasta el momento, porque la inserción de Sam fue posterior al esbozo y al manuscrito original, lo que me obliga a utilizar un “deus ex machina” para introducirle en la vida de Slim, el vengativo, junto con su famoso piano, razón por la que tendré que llamar a una grúa, de otra forma no veo cómo hacerlo caer del cielo sin que se rompa el piano, la cabeza de Sam y todo lo que pille por el camino antes de tocar suelo.

Mi fervor por Chester Himes seguro que me puede traer serios quebraderos de cabeza, porque el humor “negro” (fuera bromas), llevado a cabo por un blanco, aunque tenga el corazón negro, como es mi caso, puede herir ciertas susceptibilidades que no se sentirían heridas si yo hubiera nacido con la piel de otro color que no fuera este blanco lechoso que nunca he conseguido cambiar, entre otras cosas porque odio el sol. Quiero dejar bien claro que el humor se atreve con todo, aunque si no es generoso y humano, puede llegar a ser peor que un veneno, administrado subrepticiamente, es decir una auténtica mierda. Al menor síntoma de racismo me haré tratar por el doctor Carlo Sun, discípulo de Jung, porque nunca he soportado el racismo y la xenofobia, de hecho nunca me he sentido a gusto con el color de mi piel, con mi cuerpo, con mis manos, cabeza y resto de apéndices, e incluso con mi alma, yo debí haber sido otro, pero como soy el que soy, apechugaré con ello y no dejaré que el odio que me tengo se trasluzca demasiado.

     




    
         SLIM EL VENGATIVO

NARRADO POR UN LECTOR DE CHESTER HIMES, A QUIEN SE LE FUE LA OLLA Y A SABER DÓNDE ESTARÁN COCIENDO GARBANZOS, ÉL Y SU OLLA

Harlem, señoras y señores, señoritos, mileidis, y señoraes (palabra que propongo para designar a todos, “ñoras y ñores”…en Harlem el plato de la venganza se sirve caliente, no se deja enfriar nunca.

¡Cómo pudo haber nacido aquí Slim, llamado desde que fuera destetado y mordiera a su madre, Slim el vengativo! ¡Cómo pudo un hombre tan frío como el invierno de N.Y. y tan vengativo como Shylock, tan paciente como un testigo de Jehová ante la puerta de un alma pecadora o haciendo cola para pertenecer al grupo de los elegidos, los 120.000 que serán salvos en el día del Juicio final, haber nacido en un barrio tan caliente, donde la venganza no llega a la boca, porque alguien la arrebata a medio camino y se la lanza al primer viandante!

La vida está llena de misterios y uno de ellos, el más inextricable, es la razón por la que obligaron a Slim a asomar su pepinuda cabeza en pleno centro de Harlem. Otro es cómo pudo papá Gooding, el Gordo y lujurioso Gooding, el drogota Gooding, inseminar a mamá Lucy, la flaca borracha, y salir de semejante ayuntamiento un trozo de hielo como Slim.

Harlem, queridos amigos y enemigos, es conocido en el amplio mundo entre otras cosas por las maravillosas novelas de Chester Himes, también por albergar el Cotton Club (protagonista de la película del mismo nombre) y por algunas cosillas más. Los turistas extranjeros no saben mucho sobre este paraíso donde la venganza se sirve siempre caliente.  Para quienes hemos nacido en Harlem, es ante todo la cloaca donde hay que sobrevivir o morir sin quejarse, sin abrir la boca, no sea que alguien te robe los dientes, y sería justo, puesto que los cadáveres no comen y ya no los necesitan.

Ese fue el error que cometió Slim -¡quejarse!- y nada más nacer. Mientras aquí los niños no lloran al recibir el primer azote en el trasero, sino que muerden, Slim se comportó como un niño enclenque, hijo de papá Rockefeller y mamá Bolsa, y lloró desesperadamente pidiendo la “teta” de mamá, sin darse cuenta de que estaba muy ocupada dándole a la botella. Y se empecinó en el error al continuar llorando, pidiendo la ayuda de papá Gooding, sin ser consciente de que su progenitor estaba intentando una estafa con la que lograr unos pocos dólares con los que comprarse su dosis de crack y después un coño ardiente con el que olvidar la amargura de haber nacido en Harlem.

Como papá Gooding no ha conseguido llevar a buen término la estafa, largo tiempo planeada, con el ciego de la esquina (éste ha salido corriendo tras él a tiro limpio, ¡un ciego con una pistola!) se ha visto obligado a ofrecerse a Jimmy Death, el jefe de la pandilla que controla la droga en las cuatro esquinas de la manzana. Sí, porque en cada manzana hay una pandilla distinta. Aparte de Jimmy Muerte están… Mejor lo dejamos para otra ocasión. Eso nos llevaría mucho tiempo.

Unos nacen con buena estrella y otros estrellados y hay quien nace en Harlem. La vida es así de injusta y de puta… Como Annabela, que le cobraba hasta al “consolador” con el que se lo hacía cuando escaseaban los clientes. A Slim la vida le cobró por atravesar la puerta que da acceso al útero materno.  Y es una deuda que Slim no pudo pagar nunca. Los cobradores de la vida siempre le persiguieron, intentando que pagara la ingente cantidad, aunque fuera a plazos, pero Slim es mucho Slim, nunca pagó, así le arrancaran las muelas.

Por suerte todos los niños tienen un ángel, que solo les abandona cuando dejan de ser niños y se convierten en adultos, es decir, en demonios. Aunque Slim nunca se consideró un niño, jamás, es posible que su corazón fuera de niño algún tiempo más de lo que uno puede seguir conservando la niñez en Harlem, porque un verdadero ángel apareció en la vida de Slim para endulzarla con su maravillosa música. Tenía que ser también de raza negra, como somos todos en Harlem, y tenía que llamarse Sam, con su piano a cuestas, que nunca lo aparcó en parte alguna y siempre lo defendió con arma blanca o pistola contra quien intentara apoderarse de sus alas, es decir de sus teclas, blancas y negras, como las de todo piano. Tanto enamoró y dulcificó su música el carácter de Slim, que éste, en reconocimiento eterno comenzó a llamar a Sam con el bonito nombre de Sam, tócala otra vez, Sam. Y de esta forma quedó bautizado para la posteridad. Pero como aún queda un poco de tiempo para que Sam y su piano caigan sobre la cabeza de Slim desde un piso alto de un edificio de Harlem –se salvó porque Sam era un ángel y midió bien la caída- dejaremos aquí anotada esta circunstancia y seguiremos con la historia que teníamos ya esbozada.