domingo, 13 de agosto de 2017

SLIM EL VENGATIVO I



NOTA PREVIA/ Este es un personaje esbozado hace años, cuando el autor sufría una experiencia inolvidable, un acoso o mobbing en el trabajo que le hizo pensar que se estaba transformando en una especie de monstruo vengativo que solo pensaba y vivía para la venganza. Temiendo por mi carácter, que nunca fue bueno, pero que estaba empeorando a ojos vistas, recurrí a mi terapia favorita en estos casos, parodiarme hasta hacerme sangre a fuerza de latigazos y conseguir que todos mis pecaminosos deseos de venganza los llevara a cabo un personaje humorístico, que no era yo, pero como si lo fuera o fuese, visto lo mucho que acabo disfrutando de las “gansadas” surrealistas y esperpénticas que llevan a cabo mis personajes.

El hecho de que mi personaje fuera de raza negra, nacido en Harlem y casi fotocopiado de algunos personajes del gran novelista Chester Himes, uno de mis autores favoritos de novela negra, no me arredró en lo más mínimo. Siempre he creído que yo hubiera sido el mismo, de haber nacido con la piel negra, roja, azul, verde o multicolor y que el hecho de no haber nacido en Harlem no suponía ningún hándicap para mí, puesto que nunca me sentí de parte alguna y sí de todas partes, como si en cada país, en cada rincón de cada país hubiera un clon mío, fabricado por el profesor Cabezaprivilegiada, el único científico loco del planeta capaz de hacer cualquier cosa y quedarse tan “pancho” como si no creyera en nada, cuando él es un fervoroso creyente de una iglesia protestante que ahora no recuerdo cuál es.

Una vez esbozado comenzó a dormir el sueño de los justos, como la mayoría de mis personajes, hasta que fue resucitado para participar en el Hotel de los líos o disparates junto con un entretenido compañero sacado de la famosa película Casablanca, Sam, tócala otra vez Sam, como así se llamaba, fue el inseparable compañero de Slim, que ponía música a todas sus andanzas. Y así esta divertida pareja trotó un poco, no demasiado, por el Hotel de los líos, hasta que regresó a su consabida hibernación a la espera de tiempos mejores.

Estos tiempos han vuelto, ahora que me dedico, en horas y días perdidos, a recuperar todos mis personajes y ver qué se puede hacer con ellos, aparte de programarlos para que me den de latigazos cuando me duerma demasiado o me lo merezca por mi cinismo connatural, inerradicable y bastante divertido, todo sea dicho. Me temo que tendré que ir reformando todo lo manuscrito hasta el momento, porque la inserción de Sam fue posterior al esbozo y al manuscrito original, lo que me obliga a utilizar un “deus ex machina” para introducirle en la vida de Slim, el vengativo, junto con su famoso piano, razón por la que tendré que llamar a una grúa, de otra forma no veo cómo hacerlo caer del cielo sin que se rompa el piano, la cabeza de Sam y todo lo que pille por el camino antes de tocar suelo.

Mi fervor por Chester Himes seguro que me puede traer serios quebraderos de cabeza, porque el humor “negro” (fuera bromas), llevado a cabo por un blanco, aunque tenga el corazón negro, como es mi caso, puede herir ciertas susceptibilidades que no se sentirían heridas si yo hubiera nacido con la piel de otro color que no fuera este blanco lechoso que nunca he conseguido cambiar, entre otras cosas porque odio el sol. Quiero dejar bien claro que el humor se atreve con todo, aunque si no es generoso y humano, puede llegar a ser peor que un veneno, administrado subrepticiamente, es decir una auténtica mierda. Al menor síntoma de racismo me haré tratar por el doctor Carlo Sun, discípulo de Jung, porque nunca he soportado el racismo y la xenofobia, de hecho nunca me he sentido a gusto con el color de mi piel, con mi cuerpo, con mis manos, cabeza y resto de apéndices, e incluso con mi alma, yo debí haber sido otro, pero como soy el que soy, apechugaré con ello y no dejaré que el odio que me tengo se trasluzca demasiado.

     




    
         SLIM EL VENGATIVO

NARRADO POR UN LECTOR DE CHESTER HIMES, A QUIEN SE LE FUE LA OLLA Y A SABER DÓNDE ESTARÁN COCIENDO GARBANZOS, ÉL Y SU OLLA

Harlem, señoras y señores, señoritos, mileidis, y señoraes (palabra que propongo para designar a todos, “ñoras y ñores”…en Harlem el plato de la venganza se sirve caliente, no se deja enfriar nunca.

¡Cómo pudo haber nacido aquí Slim, llamado desde que fuera destetado y mordiera a su madre, Slim el vengativo! ¡Cómo pudo un hombre tan frío como el invierno de N.Y. y tan vengativo como Shylock, tan paciente como un testigo de Jehová ante la puerta de un alma pecadora o haciendo cola para pertenecer al grupo de los elegidos, los 120.000 que serán salvos en el día del Juicio final, haber nacido en un barrio tan caliente, donde la venganza no llega a la boca, porque alguien la arrebata a medio camino y se la lanza al primer viandante!

La vida está llena de misterios y uno de ellos, el más inextricable, es la razón por la que obligaron a Slim a asomar su pepinuda cabeza en pleno centro de Harlem. Otro es cómo pudo papá Gooding, el Gordo y lujurioso Gooding, el drogota Gooding, inseminar a mamá Lucy, la flaca borracha, y salir de semejante ayuntamiento un trozo de hielo como Slim.

Harlem, queridos amigos y enemigos, es conocido en el amplio mundo entre otras cosas por las maravillosas novelas de Chester Himes, también por albergar el Cotton Club (protagonista de la película del mismo nombre) y por algunas cosillas más. Los turistas extranjeros no saben mucho sobre este paraíso donde la venganza se sirve siempre caliente.  Para quienes hemos nacido en Harlem, es ante todo la cloaca donde hay que sobrevivir o morir sin quejarse, sin abrir la boca, no sea que alguien te robe los dientes, y sería justo, puesto que los cadáveres no comen y ya no los necesitan.

Ese fue el error que cometió Slim -¡quejarse!- y nada más nacer. Mientras aquí los niños no lloran al recibir el primer azote en el trasero, sino que muerden, Slim se comportó como un niño enclenque, hijo de papá Rockefeller y mamá Bolsa, y lloró desesperadamente pidiendo la “teta” de mamá, sin darse cuenta de que estaba muy ocupada dándole a la botella. Y se empecinó en el error al continuar llorando, pidiendo la ayuda de papá Gooding, sin ser consciente de que su progenitor estaba intentando una estafa con la que lograr unos pocos dólares con los que comprarse su dosis de crack y después un coño ardiente con el que olvidar la amargura de haber nacido en Harlem.

Como papá Gooding no ha conseguido llevar a buen término la estafa, largo tiempo planeada, con el ciego de la esquina (éste ha salido corriendo tras él a tiro limpio, ¡un ciego con una pistola!) se ha visto obligado a ofrecerse a Jimmy Death, el jefe de la pandilla que controla la droga en las cuatro esquinas de la manzana. Sí, porque en cada manzana hay una pandilla distinta. Aparte de Jimmy Muerte están… Mejor lo dejamos para otra ocasión. Eso nos llevaría mucho tiempo.

Unos nacen con buena estrella y otros estrellados y hay quien nace en Harlem. La vida es así de injusta y de puta… Como Annabela, que le cobraba hasta al “consolador” con el que se lo hacía cuando escaseaban los clientes. A Slim la vida le cobró por atravesar la puerta que da acceso al útero materno.  Y es una deuda que Slim no pudo pagar nunca. Los cobradores de la vida siempre le persiguieron, intentando que pagara la ingente cantidad, aunque fuera a plazos, pero Slim es mucho Slim, nunca pagó, así le arrancaran las muelas.

Por suerte todos los niños tienen un ángel, que solo les abandona cuando dejan de ser niños y se convierten en adultos, es decir, en demonios. Aunque Slim nunca se consideró un niño, jamás, es posible que su corazón fuera de niño algún tiempo más de lo que uno puede seguir conservando la niñez en Harlem, porque un verdadero ángel apareció en la vida de Slim para endulzarla con su maravillosa música. Tenía que ser también de raza negra, como somos todos en Harlem, y tenía que llamarse Sam, con su piano a cuestas, que nunca lo aparcó en parte alguna y siempre lo defendió con arma blanca o pistola contra quien intentara apoderarse de sus alas, es decir de sus teclas, blancas y negras, como las de todo piano. Tanto enamoró y dulcificó su música el carácter de Slim, que éste, en reconocimiento eterno comenzó a llamar a Sam con el bonito nombre de Sam, tócala otra vez, Sam. Y de esta forma quedó bautizado para la posteridad. Pero como aún queda un poco de tiempo para que Sam y su piano caigan sobre la cabeza de Slim desde un piso alto de un edificio de Harlem –se salvó porque Sam era un ángel y midió bien la caída- dejaremos aquí anotada esta circunstancia y seguiremos con la historia que teníamos ya esbozada.





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